viernes, 30 de marzo de 2007

Que no haya vivido en vano...


Al recibir su invitación, quedé sorprendido y muy halagado. Tycho me propuso que me uniera a él como ayudante en sus observaciones y cálculos astronómicos. Al excelente astrónomo le interesaba el rigor de mis estudios; y a mí de él, la exactitud y minuciosidad de sus observaciones.

Tycho era una persona irascible, desconfiada y soberbia, aspectos de su carácter que le llevaron en su juventud a perder la nariz en un duelo a espada, a causa de una discusión sobre matemáticas.

Preciso e incondicional observador del cielo desde su infancia, Tycho recopiló infinidad de datos sobre planetas, estrellas y cometas. Al haber presenciado la aparición de la “Nova Stella”, años después continuaba apasionándose al relatar el momento del descubrimiento: “De acuerdo con mi costumbre, me hallaba contemplando las estrellas en un cielo despejado, cuando observé que una estrella nueva y extraordinaria, que sobrepasaba a las demás en brillo, resplandecía casi directamente sobre mi cabeza; y ya que, casi desde mi niñez, yo tenía conocimiento perfecto de todas las estrellas del cielo —no hay gran dificultad para lograr tal conocimiento— era enteramente evidente para mí que en ese lugar del cielo nunca antes hubo estrella alguna, ni siquiera la más pequeña, y, mucho menos, una tan notablemente brillante como ésta.”

Sin apenas instrumentos, excepto una esfera y un compás, Tycho aplastó con este descubrimiento el principio aristotélico de la inmutabilidad de los cielos.

Él nunca aceptó el nuevo sistema copernicano, pero sí deseó establecer un compromiso entre éste y el ya consolidado sistema de Ptolomeo. Tycho presuponía que los cinco planetas giraban alrededor del Sol, el cual, junto con los planetas, daba una vuelta alrededor de la Tierra una vez al año. Por lo tanto la Tierra continuaba siendo el centro del Universo…

El 13 de Octubre de 1601, el gran astrónomo asistió a un banquete del Emperador en Praga. Al no desear contravenir el protocolo abandonando la mesa antes que su anfitrión, aguantó la necesidad de orinar hasta el punto de caer enfermo. Once días duró su agonía con fiebre y delirios en los que repetía sin cesar “Ne frustra vixisse videar” (“Que no haya vivido en vano”).

Antes de morir, y para asegurarse de que su deseo sería cumplido, Tycho me facilitó el acceso a todos los datos que había ido recopilando cuidadosamente a lo largo de su vida; y, aunque su modelo no fuera el correcto, los datos que me había proporcionado resultaron ser esenciales para mi posterior descripción del movimiento planetario.

Pero esa es otra historia…

Johannes Kepler.


jueves, 22 de marzo de 2007

A Dorina e Hipatia

Escuchad...



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A vosotras que escribís
a vosotras que pensáis
a vosotras que sentís
a vosotras que adoráis.


Os doy las gracias.
Por animarnos
y acompañarnos,
por leernos
y querernos,
por reirnos
y llorarnos.


Sentimos vuestro calor...


A vosotras que jugáis
a vosotras que danzáis
con la luna y las estrellas
juntas en la "Enterprais".


Gracias a las dos.

Un abrazo infinito.

¿Somos libres?

El otro dia oí esto en una película...

"La libertad no es sólo un sueño,
está detrás de los muros
que nosotros mismos construimos."

Mientras reflexionais sobre esta pregunta os dejo con una música maravillosa...



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Un abrazo infinito.

Galatea


martes, 20 de marzo de 2007



ORIÓN






En tu cinturón escondes
el caballo que no montas,
adornando las noches
del cielo que galopas.

En tu cinturón,
una hebilla,
que no es estrella,
me deslumbra.




Como arma, una espada
con una joya en su funda;
y en la joya, un mundo,
en continua formación.

En una mano, un escudo,
en la otra, la espada
presta a dar muerte
a una constelación.




Rastreando tus perros,
ambos hemisferios,
persiguiendo tu presa,
dura prueba de amor.






Gigante adorado,
por los griegos conocido;
nombrado y venerado
todo lo puedes.
¿A todos vences?
Tienes un gran enemigo,
cada día que amanece.

viernes, 16 de marzo de 2007

Tormenta

Noche prematura
huele a tormenta
sin estrellas, sin luna.

El cielo despliega
de luz sus raíces
buscando la tierra.

Oscuridad cegadora.

Silencio roto
.



¿Pararrayos redondos en UK?


Diario de B. Franklin.

Junio de 1752, Francia. Un día de tantos.

“Tras diversos experimentos con Botellas de Leyden he llegado a la conclusión de que entre ambas placas se almacena electricidad. La placa del interior del matraz tiene conectado un conductor que sale hasta el exterior acabando en un apequeña bolita metálica. Al acercar una barra metálica a dicha bolita se conprueba que saltan las chispas. Esto ocurre tanto mejor cuanto más afilada sea la barra metálica.
He observado y estudiado atentamente las tormentas y creo firmemente que los rayos producidos en las nubes son de la misma naturaleza que estas chispas: es un fenómeno eléctrico.
Para demostrarlo he construido una cometa con dos tiras delgadas de cedro y un pañuelo de seda extendido. La he completado con una cola, una anilla y un cordel. Al ser de seda podrá aguantar sin rasgarse una tormenta de agua y viento.
En el extremo superior de la cruz he fijado una punta metálica muy afilada. En el extremo inferior del cordel, cerca de la mano, he atado una cinta de seda, y en la unión de ambos una llave.
Ya tengo todo listo. Estoy ansioso a la espera de la próxima tormenta para remontar mi cometa.”

Varios días después.

“Al fin nubes negras…

Me situé en el vano de una puerta, ya que la cinta de seda no puede mojarse; tuve mucho cuidado para que la cuerda no rozara el marco y mantuve mi cometa suspendida en el aire.
Tan pronto como se aproximaron las nubes tormentosas a la cometa, la afilada punta atrajo el fuego, electrizando tanto la cometa como la cuerda. En cuanto la lluvia mojó la cometa y la cuerda comenzaron a conducir libremente el fuego eléctrico; comprobé que éste fluía en abundancia de la llave, como yo esperaba.
¡Aleluya! ¡Lo he conseguido! ¡He podido demostrar la identidad de la materia eléctrica del rayo!”



Posteriormente, Franklin, propuso utilizar este experimento para descargar las nubes mediante una barra metálica, larga y terminada en punta en la parte más alta de los edificios, que condujera la electricidad hasta la tierra. Había inventado el pararrayos.

En 1782, en la ciudad de Filadelfia, ya se habían instalado 400 de estos ingenios.

Años más tarde, Franklin tuvo que decidir entre la devoción a su tierra natal y la lealtad a Jorge III. Participó en la redacción de la Declaración de Independencia y esto le costó su enemistad con el rey, quien ordenó que todos los pararrayos que aparecieran sobre los tejados de las casas de Inglaterra, tendrían que ser redondos.

Aprender a Pensar

Las cinco en punto de la tarde. Nos disponíamos a tomar la taza de té reglamentaria en uno de nuestros pequeños descansos. Las reuniones de la sociedad Real Británica eran entretenidas pero en ocasiones extensas. De pronto se hizo el silencio y todos dirigimos nuestra atención hacia el presidente, Sir Ernest Rutherford, quien había comenzado a relatar una anécdota...

“...Una vez fui elegido árbitro imparcial entre un profesor y un alumno. El profesor quería suspender al alumno un examen de física y éste aseguraba que su respuesta era correcta. Tras aceptar la responsabilidad del cargo me relataron los acontecimientos.

El examen decía así: “Demuéstrese cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro”.

(La presión atmosférica varía con la altura. Con el barómetro podemos medir la diferencia de presiones entre dos alturas y determinar así la altura de un edificio, una montaña o la altura a la que vuela un avión).

La respuesta del estudiante había sido simple y correcta: “Si subimos a la azotea del edificio y atamos una cuerda al barómetro, basta descolgarlo hasta que llegue al suelo y medir la longitud de la cuerda; ésta nos dará la altura del edificio”.

Tenía un serio problema. El estudiante había respondido correctamente y no se le podía suspender. Por otro lado no estaba demostrando que tuviera los conocimientos necesarios de la materia, como para aprobársela.

Le dimos una segunda oportunidad al estudiante para resolver el problema, pero esta vez advirtiéndole de que tenía que demostrar sus conocimientos de física, pues eso era lo que se trataba de evaluar. Le concedimos seis minutos para responder.

El estudiante comenzó a pensar. Tic, tac, tic, tac... Pasados cinco minutos le pregunté si deseaba abandonar la sala. Me sorprendió su respuesta: “Tengo muchas soluciones al problema pero no sé cual elegir...”

Excusándome por la interupción le pedí que continuara. El alumno comenzó a explicar: “Podemos lanzar el barómetro desde lo alto del edificio y medir con un cronómetro el tiempo que tarda en llegar al suelo. Aplicando la fórmula de la cinemática que nos da el espacio, en función del tiempo y la aceleración de la gravedad, podemos calcular la altura desde la que lanzamos el barómetro, que coincide con la altura del edificio”.

El alumno volvía a responder correctamente y esta vez demostrándo sus conocimientos de la materia. El profesor le puso la nota más alta y el conflicto quedó resuelto. Sin embargo me había sorprendido tanto la respuesta del alumno acerca de las muchas soluciones, que lo abordé curioso a la salida de la sala para que me las explicara. El alumno muy amablemente me indicó que nos sentáramos en un banco y comenzó a hablar:

“Bien, otro de los posibles métodos para resolver la cuestión podría ser medir la sombra y la altura del barómetro. A continuación medimos la sombra del edificio y aplicamos una sencilla proporción entre las sombras y las alturas del barómetro y el edificio.”

“Otro procedimiento, un poco simple pero efectivo, sería tomar el barómetro e ir marcando en la pared su altura, una a continuación de la otra, hasta llegar a la parte superior del edificio. El numero de marcas multiplicadas por la altura del barómetro, nos dará la altura del edificio”.

“Un método más sofisticado sería atar una cuerda al barómetro y descolgarlo desde la azotea. Si lo hacemos oscilar tendremos un péndulo. Midiendo la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en su trayectoria como péndulo, podremos calcular la altura del edificio con ayuda de la trigonometría”.

“Del mismo modo, si en el caso anterior descolgamos el barómetro hasta el suelo y lo hacemos oscilar como un péndulo nuevamente, podremos obtener la altura del edificio con sólo medir el periodo de oscilación del péndulo”.

“En fin, existen otras muchas maneras de resolver el problema, aunque quizá la más sencilla sea tomar el barómetro, golpear con él la puerta del conserje del edificio en cuestión y preguntarle la altura del edificio a cambio de un bonito barómetro”.

Viendo llegar el fin de nuestra entretenida conversación, no pude por menos que preguntarle si no conocía la respuesta que su profesor esperaba desde un principio, usando el barómetro para medir las diferentes presiones en la base y en lo alto del edificio... “Por supuesto que la conozco”, respondió, “pero durante mis estudios los profesores han intentado enseñarme a pensar...”

...

¿Quién era ese alumno Sir Rutherford? Preguntamos todos al unísono ansiósamente. “El señor Niels Bohr” respondió contundentemente.


Niels Bohr, físico danés, Premio Nobel de física en 1922. Gran innovador
introdujo la teoría cuántica al proponer el primer modelo atómico, en el que se considera el átomo formado por un núcleo de protones y neutrones (carga positiva), alrededor del cual los electrones (carga negativa) giran a gran velocidad.

viernes, 9 de marzo de 2007

Cosas de Genios


Durante tres años, entre 1687 y 1690, el gran científico, Isaac Newton fue miembro del Parlamento Británico.
El ilustre genio jamás se dignó pronunciar una sola palabra durante este tiempo.
Un dia alzó la mano pidiendo la palabra; el parlamento entero quedó sorprendido y espectante: todos ansiaban oir la opinión de Sir Newton.

El silencio se hizo sepulcral.

Entonces el Gran Genio poniéndose en pie dijo lo siguiente:
“Propongo cerrar esa ventana porque aquí hace un frio considerable”.

Mirando al Cielo


Mirar al cielo, eso es precisamente lo que quería hacer Galileo cuando jugaba con lentes en su pequeño laboratorio.
Diseñó y construyó el primer telescopio y comenzó a explorar el cielo: La Luna, Marte, Venus, Júpiter y sus lunas...
Cuando dirigió a Saturno su rudimentario telescopio, le sorprendió encontrarse con una forma alargada en vez de esférica.
Galileo lo describió como una cabeza con orejas.
¿Por qué ponemos cara a la Luna? ¿Y orejas a Saturno? ¿Por qué esa necesidad de antropomorfizarlo todo?
El bueno de Galileo pensó que podría tratarse de dos lunas muy cercanas al planeta. En su mente no había planetas con anillos.
Todo científico tiene una buena parte de artista; pero, incluso para un artista de imaginación ilimitada hubiera sido imposible concebir algo tan asombroso como los Anillos de Saturno.