martes, 3 de abril de 2007

La medida de los cielos

De constitución débil, desde su prematuro nacimiento, Johannes se encuentra entre las figuras de mayor ingenio. Poseedor de una inteligencia brillante, desde un cuerpo verdaderamente frágil superó la debilidad física gracias una energía extraordinaria. Era miope y padecía de poliopía monocular, que le hacía percibir las imágenes múltiples. Sufría frecuentes accesos febriles, problemas estomacales y biliares, cutáneos…
Tenía cara de perro… Ciertamente, era poco agraciado…
Sus hábitos de vida no favorecían su salud, ya que no lograba mantener ningún orden, sentía horror por el agua y una extraña predilección por los alimentos amargos y picantes.

Dos fueron los acontecimientos que en su infancia lo marcaron y orientaron hacia su dedicación posterior: un cometa que surcaba el firmamento cuando tan sólo tenía seis años y un eclipse de luna tres años después. Ambos fenómenos celestes dejaron una huella indeleble en su impresionante intelecto.

El sentimiento religioso se le manifestó muy temprano; en su desamparo buscó la ayuda de Dios todopoderoso, aquel que todo lo ordena y resuelve, que lo abraza todo con su poder y a quien él se sentía subordinado. La época que le tocó vivir estuvo marcada por problemas políticos y religiosos: reforma y contrarreforma… Los sentimientos de inquietud y de desgarro parecían acompañarle siempre; sin embargo, logró sobreponerse a todas las adversidades que se le presentaron. Se mantuvo fiel a sí mismo y logró ver cumplidas las elevadas metas que se había propuesto. Fue una época preñada de desdichas en la que Johannes buscó refugio en las estrellas.

De personalidad desconfiada y temerosa, detestaba la conversación, se mostraba arisco y, en muchas ocasiones, arremetía con un sarcasmo punzante dispuesto a herir a quien osara acercarse a él. De ahí que la gente se apartara de su camino. En su juventud se refería a sí mismo como un espíritu pusilánime. Aunque, posteriormente, al llegar a la madurez, comenzó a mostrar un carácter más libre y seguro.
Se vio obligado a trasladarse a Praga -ciudad más abierta- que tuvo un resultado muy beneficioso, pues contribuyó a ensanchar su espíritu juvenil. En esta etapa de su vida hubo quien buscaba su compañía, atraído por su franqueza y sus recién estrenadas cualidades humanas, como la amabilidad y el trato cálido, que unidos a la pureza de sus convicciones y a la riqueza de conocimientos, hacían de este peculiar hombrecillo un excelente conversador.

Johannes buscaba desesperadamente la armonía en todo cuanto observaba y estudiaba; pero por mucho que su pensamiento se preocupase y emocionase ante esta idea, carecía de una naturaleza armoniosa o equilibrada. Poseía un alma inquieta, que fluctuaba entre el entusiasmo y la depresión. Llegado un momento de su vida, Johannes se impuso como tarea vital seguir la tendencia copernicana: “Consideré mi deber y mi misión defender con toda la fuerza de mi espíritu la doctrina de Copérnico, la cual he reconocido como verdadera en mi interior y cuya belleza me colma de un arrobo increíble al contemplarla”.
El Sol de Johannes seguía estando en el centro absoluto del mundo, pero en movimiento de rotación. El movimiento de traslación quedaba fuera de su imaginación, motivo por el que tampoco consideró un espacio infinito. Al igual que los griegos buscaba la perfección en la comedida y ordenada finitud.

Enunció tres leyes partiendo de las bases de la teoría copernicana, pero considerando las órbitas de los planetas elípticas y no circulares: “En uno de sus focos está situado el Sol, en el que radica una fuerza impulsora que envía sus rayos como la luz; es la fuente del movimiento. Mientras el Sol rota, arrastra los planetas a su alrededor con estos rayos de fuerza. El efecto de esta fuerza aumenta cuando disminuye la distancia a la que se encuentran los planetas del Sol, lo que provoca una mayor velocidad en el perihelio que en el afelio de la órbita, de forma que el radio vector barra áreas iguales en tiempos iguales”.

En esta exquisita composición se revela para Johannes la mano del Creador, dándose las proporciones armónicas que están representadas en la geometría y que sirven de fundamento a la música. Así, afirmó: “una melodía celeste inunda el mundo entero”.
La contemplación de esta visión lo elevó por encima de todos los males terrenales, la cual le proporcionó paz y consuelo: “yo deseaba ser teólogo; pero ahora me doy cuenta, a través de mi esfuerzo, de que Dios puede ser celebrado también por la astronomía”.

Utilizando las leyes del movimiento planetario fue capaz de predecir satisfactoriamente el Tránsito de Venus del año 1631, y aunque no llegó a verlo, su teoría quedó confirmada.
En su vejez, Johannes Kepler, advirtió el efecto que tiene la Luna sobre las mareas, lo que le reportó el apelativo de “senil”. Sus leyes asombraron al mundo y le revelaron como el mejor astrónomo de su época. Sin embargo él no dejó de pensar en un cierto fracaso de su intuición sobre la simplicidad de la Naturaleza: “¿Por qué elipses, habiendo círculos?”. Tuvieron que pasar tres siglos para que su intuición se viera confirmada en la Teoría de la Relatividad general de Einstein, donde con una geometría tetradimensional para el espacio-tiempo, los cuerpos celestes siguen líneas rectas. Y es que aún había una figura más simple que el círculo… ¡La recta!

Kepler: astrónomo, matemático y físico; genio reconocido y admirado, tanto por su personalidad como por sus trabajos, escribió él mismo el epitafio que reza en su tumba: “Medí los cielos, y ahora las sombras mido. En el cielo brilló el espíritu, en la tierra descansa el cuerpo. “


Notas biográficas de interés.
Johannes Kepler (1571 – 1630).
Destacó, además, por su aportación en los campos de la óptica y las matemáticas. Formuló la Ley Fundamental de la Fotometría. Descubrió la reflexión total. Formuló la primera Teoría de la Visión moderna, afirmando que los rayos forman sobre la retina una imagen pequeñísima e invertida.
También desarrolló un Sistema Infinitesimal, que sirvió de base para el Cálculo Infinitesimal de Leibnitz y Newton.

1 comentario:

Daniel Moscugat dijo...

Ante su excelencia descubro mi testa, agasajándola con una humilde reverencia y sujetando el sobrero bajo el brazo le ofrezco mil palmadas en modo de gratitud hacia tan gratos recuerdos que vuestra excelencia trae a mi pobre memoria.

Saludos moscugaéticos.